Ejercicio de practicidad de la
selección española anoche en el Stade de France de París. Pese a la euforia desatada por lo que significa esta victoria,
42 años sin ganar a Francia, la Roja ayer no fue la de otras veces. Toda vez, que es innegable, que venció como lo hacen, en estos escenarios,
los grandes.
Porque el de ayer fue un partido de
Mundial, de dos combinados que no entienden de amistosos por la
rivalidad entre ambos países. Fue un partido de esos que antes perdíamos, siendo mejores, sólo porque
nos asustaba el nombre del rival.
Pero eso España lo dejó atrás en cuartos de final de la pasada Eurocopa, ante Italia. Aquel día, aquel último penalti ejecutado por Fábregas nos clasificó para semifinales,
rompió el miedo y desató a una selección que ahora camina con la cabeza alta. Consciente, por fin, de que cuándo se concentra en el fútbol, pocos o ninguno, existen ahora mismo que les pueda superar.
Esto volvió a quedar patente anoche.
España fue superior, con un partido serio, de saber competir (como decía
Aragonés), sin dejarse crear casi ocasiones. Pero, sólo eso. España fue ayer
más práctica que vistosa. Pero también es así como ganan los
campeones.
No fue un baño, no se dominó la pelota por completo como otras veces, no se llegó una y otra vez al marco rival, pese a que la prensa nacional aproveche para venderlo así. En eso no llevan hoy razón, se la quito el propio
Del Bosque que aseguró tras el partido que le gustaría haber
jugado mejor. Si la llevan, por el contrario, en que somos los mejores, porque anoche España si jugó con
solvencia, si defendió bien, si aprovechó sus ocasiones, si fue un equipo que
no te perdona. Fue un equipo de los que envidiábamos, de los que siempre
llegaban lejos sin mostrar alardes, ordenados, con calidad y
pegada.
Esa fue ayer nuestra selección, en una versión tan válida como la del fútbol de
eterno toque de otras veces. Porque, lo esencial, es que ahora España sabe a lo que juega y
está capacitada para llegar dónde quiera.